Sábado por la tarde, momento de sagrado descanso para los cuencanos que han trabajado y estudiado duro durante la semana. Impresionados por el terremoto de Chile, muchos miran la transmisión estupenda de la televisión del hermano país. La cartelera de espectáculos de Christiano Ronaldo y Lionel Messi en Real Madrid-Tenerife y Barcelona-Getafe, pasa a segundo plano.
De pronto, las grandes cadenas norteamericanas anuncian que el tsunami, consecuencia del sismo, llegará con sus olas gigantes a las costas de Hawai a las 4 de la tarde. Twitter y Facebook convulsionan. Los smartphones y sus aplicaciones encuentran a arriesgados y avivatos que han colocado cámaras y transmiten por internet las imágenes de las playas y el mar. El mundo contiene la respiración y con morbo espera ver en vivo y en directo la destrucción de las islas.
Llega la hora, pasan los minutos y las tomas de las soleadas playas y del mar no cambian. Una hora después, el telonero del "2012" es una gran decepción. Nada, ni una olita decente para los arriesgados, léase presuntuosos, surfistas que burlaron la vigilancia. Ante semejante fiasco, CNN cambió el enfoque a Chile para disimular el bochorno.
Los azuayos que nos aprestábamos a ver, por primera vez, el reality de una enorme catástrofe natural, nos acordamos que hace unos 25 años ya vivimos algo parecido cuando anunciaron -boca a boca y teléfono a teléfono- un terremoto a las 3 de la mañana. La recordada "noche de los giles", versión criolla de "La Guerra de los Mundos" de Orson Welles.
Los que nos quedamos esperando la inundación de Hawai al final tuvimos la punitiva compensación de soportar la alevosa tormenta y granizada que volvió a inundar las casas, calles y sembríos. Bien hecho por noveleros.
José Edmundo Maldonado (1937-1995), maestro del periodismo azuayo, dejó para la posteridad aquel evento denominado "La Noche de los Giles", una pieza maestra de la redacción que a continuación la reproducimos:
La noche de los giles
¿A dónde van médicos, carpinteros, odontólogos,
profesores, cocineras, monjas, estudiantes, diputados,
abogados, periodistas, mecánicos, panaderos, zapateros,
poetas, novelistas, noveleros, borrachos, exborrachos,
desocupados, taxistas, cargadores, damitas, las que
sabemos, caballeros, el clero secular y regular, motociclistas,
policías, soldados, comerciantes, industriales? ¿A dónde van
envueltos en ponchos, cobijas, sábanas, colchas, sabanillas,
bufandas, toallas, casacas de ir al Cajas, pasamontañas,
gafas de soldar autógenas, calentadores, ropa de campaña,
termos con café puro, guaguas envueltas al apuro, niños
llenos de mal genio como el gordo Torbay, perros asustados,
gatos apurados, muchachas de manos llenas de chalinas de
los indios otavaleños?
Van a ver el terremoto anunciado para las tres de la
mañana, pero como la hora es cuencana ha quedado para
las tres y media, de acuerdo a los comunicados, comentarios,
rumores, chismes, habladurías, decires, noticias, locutores,
emisoras. El miedo acaricia los pelos, las barbas, -hasta de
los lampiños-, las trenzas, los zapatos de los morlacos que
se encaminan sin rumbo cierto, los que viven arriba van para
abajo, porque allá no hará mucho daño el terremoto, los que
viven abajo van para arriba porque a las alturas no llega el
terremoto. Los ubicados en el parque Calderón huyen de
pronto, porque en el lugar hay huecos profundos de donde
salen los gagones, el cura sin cabeza, la caja ronca, el farol
de la viuda y otras alajas novedades, válidas para asustar a
los giles cuyo número exacto ya conocemos: ciento cuarenta
y ocho mil doscientos cuarenta y tres cuencanos y medio.
Muchos antes de salir de las casas cortan las líneas
del teléfono, porque así han dicho los bomberos, otros dejan
matando a los cuyes y a las gallinas, aquellos sacan loa velas
para los tres días de oscuridad, éstos llevan los ramos y los
romeros benditos para quemar en cuanto comience el
terremoto, mientras rezan “Santa Bárbara doncella líbranos
de la centella”. El pecador reza: Señor mío Jesucristo Dios
hombre y verdadero, pero se olvida y confunde la oración
con el Credo y luego con el Yo Pecador y acaba gritando la
parte final del Padre Nuestro. Rugen los altoparlantes de las
ciudadelas, pidiendo a todos abandonar las casas, las villas,
las camas para dirigirse hacia las llanuras, los valles, las
planicies, mientras el frío cala los huesos y la neblina hace
de Cuenca un pueblo parecido a Chunchi.
Lloran las monjas, lloran los hombres, -aunque los
hombres nunca lloran-, lloran los pobres, lloran los ricos,
porque los ricos también lloran. Terror, temblor, miedo,
chirichis, agua de toronjil, abrazos de despedida, perdonada
de deudas, recomendaciones, sacarás los dólares debajo
del colchón, esconderás la televisión debajo de la cama, en
el forro del abrigo están los mil que eran para el chupe del
sábado, abre el atún de la despedida, porque dicen que para
morir se debe comer bien, un por si acaso en el infierno
demoren la comida como en la villa bolivariana. Todo es
confusión, carreras, desorden, desfile, se encienden los
faroles, se prenden las ceras, se queman los ramos, se
quema el romero, se canta perdón oh Dios mío, perdón e
indulgencia, perdón y clemencia, perdón y piedad, pequé ya
mi alma, su culpa confiesa, mil veces me pesa de tanta
maldad, salve dolorosa y afligida madre salve tus dolores y a
todos nos salven.
Son las dos y quince de la mañana, faltan tres cuartos
de hora para el terremoto, que lentas pasan las horas, los
minutos, los segundos. Sollozan los niños, ladran los perros,
fuman las pipas. Las dos y treinta de la mañana y nada.
Qué pasará de noche, no hay mañana que no haya en el
jardín rosas difuntas, sobre estas cosas mi querida hermana,
porqué a nuestro Señor no le preguntas, pasemos esta noche
en la ventana, los ojos fijos y las manos juntas, para saber
mañana de mañana, porqué hay en el jardín rosas difuntas.
Las dos y cuarenta y dos, señores y señoras faltan dieciocho
minutos para el terremoto, profetizado por Mariana de Jesús,
cuando los pueblos no hagan nada contra los malos
gobiernos. Temblor, pavor, crujir de dientes, nos piernan las
tiemblan, cunde el pánico. Faltan dos minutos para las tres,
se ponen en cruz los ateos, se hincan los comunistas, se
santiguan los socialistas, se golpean el pecho los del MPD,
se ríen los curuchupas, pero de miedo.
Las tres, el terremoto no llega, seguro no hay
presupuesto porque todo se ha gastado en los décimos
juegos bolivarianos. Así es con Cuenca, ni un terremoto bueno
puede tener, fuera para Ambato ya llegara uno para dejar
cincuenta mil muertos y Pelileo hecho ruinas. Las tres y cinco
y sólo el frío hace más amarillo los rostros de todos los
morlacos, hombres, mujeres, ancianos, niños. Las tres y
cuarto y claman los locutores, no es cierto, no es verdad,
hay error, mentira, falso, quién dice, no hagan caso, lata no
más era, al saber le llaman leche, somos giles, a la bio, a la
bao, a la bim bum bam, terremoto, terremoto no habrá.
Cuatro de la mañana, quién tiene miedo carajo, yo no
me asusté, me estaba riendo, sabía de antemano que era
mentira, los terremotos no se profetizan, estuve en la calle
por nota. Desaparecen los nerviosos, los asustados, los
temblorosos y se multiplican los valientes. Centenares de
tarzanes, supermanes, kalimanes, kingkones, gilmanes en
lugar de giles. Se multiplican los audaces, los temerarios,
las mujeres maravillas, los fuertes, los integrantes de la
brigada, los nervios de acero. Nos encontramos con Rambo
I y Rambo II, en calles y avenidas están Rocky I, Rocky II y
Rocky III. Los ateos recobran los colores y niegan a Dios,
pero todavía las quijadas se mueven como de los esqueletos.
No olvidaremos la madrugada del lunes anterior, cuando
todos a una estuvimos de acuerdo en que no hay brujas
Garay, pero que de haberlas hay.