La historia republicana del Ecuador ha ido de la mano de la historia de su periodismo. Del militarismo extranjero y luego nacional al caudillismo y clericalismo político y fanático. Dictaduras militares o civiles de origen militar, con contados gobiernos de derecha o burgueses y con una discutible libertad de sufragio. Grandes crisis de partidos políticos que han ensayado con enormes frustraciones la democracia representativa. Gobernantes que han servido a las oligarquías, a la banca y al latifundio.
Paralelamente, el periodismo y con él, la libertad de expresión, tomaban sendas distintas: el periodismo de ideas y de combate, orientador de la opinión pública y acusador de los tiranos y usurpadores del poder; y, el periodismo comercial, de la gran empresa, del negocio encubridor y al servicio del poder. El primero predominó durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. El segundo, por desgracia, se mantiene en la hora actual, sin que por esto no se deba señalar que hay excepciones en ambas etapas.
Un acercamiento a la noción de libertad de expresión en los últimos dos siglos, se debe encausar por el pensamiento de cuatro grandes del periodismo ecuatoriano, cuyo prólogo lo escribió con letras de oro Eugenio Espejo, un sabio adelantado a su época. Se debe a él, su pensamiento libertario y su acción decidida, el haber fundado el primer medio de comunicación del país: Primicias de la Cultura de Quito.
El primer número abre con una carta dirigida a los maestros: “La prensa es el depósito del tesoro espiritual”, dice. “Que juzguen nuestros émulos que estamos en el ángulo más remoto y oscuro de la tierra, a donde apenas llegan unos pocos rayos de refracción, desprendidos de la inmensa luz que baña a regiones privilegiadas: que nos faltan libros, instrumentos, medios y maestros que nos enseñen el método de aprender. Todo esto nada importa y no nos impide el que demos a conocer que sabemos pensar, que somos racionales y que hemos nacido para la sociedad”.
Si uno de los verbos rectores del derecho al libre pensamiento es recibir información, en aquella época el acceso a la misma estaba confinado a la minoría que ostentaba el poder político y económico. De ahí que el médico, científico y periodista, hijo de un indígena de Cajamarca que tuvo que cambiarse el apellido Chusig por Espejo para ejercer la cirugía en Quito y de madre mulata; promocionaba que solo a través de la educación los pueblos serán libres. Por esta razón, fue blanco de una de las más perversas persecuciones por parte de los absolutistas.
Acusado de agitador y sedicioso, insultado y discriminado por las élites colonialistas, sufrió el destierro, la prisión y la enfermedad que luego le llevaría a la muerte. Y pese a que apenas se publicaron siete ediciones del periódico, su pensamiento fue el resplandor para que en Guayaquil (El Patriota) y en Cuenca (Eco del Azuay) se siga su paradigma.
Fray Vicente Solano es uno de los mejores ejemplos de esa primera fase. Publicó 26 ediciones del Eco del Azuay en 1828. Apasionado y antirrepublicano, Solano defendió la religión, la igualdad ante la ley y la libertad de imprenta, pero por sobre todo, fue periodista de estilo irónico y de burla. Casi siempre atacó primero y sin contemplación. Por eso decía: “cuando tengo razón no temo a nadie”.
“Este es el más detestable del mundo”, le decía a uno de sus adversarios acerca de su lenguaje. “Voces estrafalarias, repeticiones a cada paso, monotonía ridícula, carencia de propiedad en todas las partes de la oración”. Burlas impecables e hirientes como las que utilizó contra el militar guatemalteco Antonio José de Irisarri al que calificó como “aventurero, jumento, escritor de panza en trote, cartouche, poliglotón y balancero”.
Capítulo aparte merece Juan Montalvo, para muchos el mayor de los periodistas panfletarios y combativos. Reprochó a varios de los gobiernos de su época. En especial al gobierno clerical y autoritario de Gabriel García Moreno que había promulgado su Carta Negra en la que, entre otras cosas, impuso la limitación a las libertades individuales como la de pensamiento. Un paréntesis negro para la libertad de expresión.
Montalvo ataca sin contemplaciones al mandatario. Es famosa su carta abierta de septiembre de 1860 en la que le dice: “Hay en Usted elementos de héroe, y suavicemos la palabra, de TIRANO. Tiene Usted valor y audacia, pero le falta virtudes políticas… Dimita Usted ante la República el poder absoluto que Usted tiene en sus manos… ¿Le irrita mi franqueza? Debe Usted comprender que al haberla usado me sobra valor para arrostrar lo que ella pudiera acarrear”.
Acerca de la libertad de imprenta, Montalvo le dice al “dictador legal” lo siguiente: “Este despotismo no es ilustrado; este despotismo es ciego, es bárbaro, selvático”. “Dejadnos hablar, por Dios, que de puro mantenernos en silencio nos vais a entorpecer la inteligencia”. “¡Imprenta! ¡Imprenta! Arrebatadnos los bienes de fortuna. Arrastradnos a las guerras injustas, arrojadnos en mazmorras, pero dejadnos hablar”.
Montalvo no solo fue el padre del Estado liberal que unas décadas después llegaría. Fue también el pionero del periodismo panfletario ecuatoriano. Y su posta fue recogida por un genio del periodismo: Manuel J. Calle, un liberal de combate obsesionado por encontrar la verdad y defender la libertad y la democracia.
Mantuvo una abierta polémica con el clero político, dominante y fanático. En “Manojos de Artículos”, dirigidos a González Suárez, dice: “Los obispos han pedido la muerte de la libertad de palabra…; los obispos han calumniado a la porción de ciudadanos que anhelaban la libertad política…; los obispos han hecho de la religión un pretexto para el mantenimiento incondicional de usurpadores y hombres perversos…; los obispos con su loca intolerancia han hecho necesarias medidas que sirvan al pueblo y a los gobiernos de contrapeso para garantizar la libertad de conciencia… Ahora se quejan los obispos de los resultados lógicos de su propia obra”.
A los escritores conservadores les dirige unas vibrantes frases en “Cuestiones del Día”: “Y nos llaman impíos los mismos que han hecho de su Dios un rufián y de su Iglesia una casa de mancebía; los que no han mirado nunca en la religión sino un escabel de la avaricia y un pretexto para satisfacer la vanidad y la concupiscencia de mando; los que en fin miran el fanatismo, la superstición, el acanallamiento de la conciencia nacional, en una idolatría sin nombre, como elementos y factores de buen gobierno y de buena política. ¿Y ladrones? ¿Y traidores de la Patria? Traidores ellos. Y todos son vuestros, Señores Terroristas”.
Ellos son cuatro grandes ejemplos de que la libre expresión está más allá de las ideologías y religiones; que, pese a los gobiernos despóticos, sus obras han perdurado sobre el paso del tiempo. El respeto al pensamiento ajeno es, sin duda, la esencia de la libertad de expresión. De ahí que bien vale despedirse con una frase de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida por tu derecho a expresarlo”.
Bibliografía:
Albuja Galindo, Alfredo. “El Periodismo en la Dialéctica Política Ecuatoriana”, Talleres Minerva, Quito, 1979.
Lovato, Juan Isaac. “Reflexiones sobre la Libertad de Expresión del Pensamiento”, Editorial Universitaria, Quito, 1961.