En una misma fila de asientos se encontraban jóvenes de larga melena junto a abuelitos abrigados con bufandas. Al frente, el escenario recibía a la Sinfónica de Cuenca y a cuatro bandas rockeras: Dharma, Jetzabel, Bajo Sueños y Basca.
La fusión supuso el riesgo de convertirse en un frankenstein. Pero no fue así. Los antecedentes tranquilizaban a los organizadores. Metallica, el rey indiscutible del heavy metal, brilló en 1999 junto a la Orquesta Sinfónica de San Francisco dirigida por Michael Kamen. Le siguió los pasos Scorpions de Alemania con la Filarmónica de Berlín (2001). En América Latina, Gustavo Cerati también lo hizo en “11 Episodios sinfónicos”, aunque solo con su voz, dejando lo musical a 43 músicos de orquestas argentinas.
En Cuenca, la propuesta del maestro Patricio Álvarez Tapia, pudo haber sonado, para algunos, descabellada o, por lo menos, imprudente. Pero los tiempos cambian y el proyecto se hizo realidad las noches del 13 y 14 de noviembre de 2008 en el Salón Mazán del Centro de Convenciones del Mall del Río.
Mientras los músicos de la sinfónica ocupaban sus lugares en el escenario, un grupo de percusionistas, desde la parte posterior del auditorio dio inicio al híbrido musical.
La noche se inauguró con cuatro canciones de Dharma que opacaron con sus instrumentos a la orquesta, con lo cual la combinación de géneros no se dio. La sinfónica hizo el intro y desapareció oscurecida por las guitarras, batería y bajo de los rockeros. Lo mismo sucedió con Jethzabel y sus tres escogidos temas de rock progresivo e instrumental.
Lo mejor de la amalgama musical llegó con Bajo Sueños. Por fin se sintió la sociedad de instrumentos clásicos y eléctricos. Canciones como “Otoño” y “La silueta de tu sombra” arrancaron coros y resonadores aplausos de los concurrentes. “Nada de amor” fue el apogeo de la gala con la sinfónica bien sincronizada con los rockeros y el auditorio temblando por el zapateo.
El trecho final de la noche quedó en manos de Basca. La enérgica banda metalera ecuatoriana cumplió su cometido, aunque su potencia atenuó a la sinfónica. A esta hora, algunos rockeros sacudían sus cabezas hacia abajo, sin mirar el show, como zombis trastornados. El dolor de sus músculos del cuello llegará al siguiente día.
La salida del auditorio evidenció lo que había sucedido dos horas antes. Los abuelitos más abrigados que nunca con sus bufandas que les cubría medio rostro caminaron junto a rockeros de casaca de cuero y jean; los unos buscando el cobijo de la cama y los otros que la juerga continúe por unas horas más.
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