domingo, febrero 28, 2010

La tarde de los giles

Sábado por la tarde, momento de sagrado descanso para los cuencanos que han trabajado y estudiado duro durante la semana. Impresionados por el terremoto de Chile, muchos miran la transmisión estupenda de la televisión del hermano país. La cartelera de espectáculos de Christiano Ronaldo y Lionel Messi en Real Madrid-Tenerife y Barcelona-Getafe, pasa a segundo plano.

De pronto, las grandes cadenas norteamericanas anuncian que el tsunami, consecuencia del sismo, llegará con sus olas gigantes a las costas de Hawai a las 4 de la tarde. Twitter y Facebook convulsionan. Los smartphones y sus aplicaciones encuentran a arriesgados y avivatos que han colocado cámaras y transmiten por internet las imágenes de las playas y el mar. El mundo contiene la respiración y con morbo espera ver en vivo y en directo la destrucción de las islas.

Llega la hora, pasan los minutos y las tomas de las soleadas playas y del mar no cambian. Una hora después, el telonero del "2012" es una gran decepción. Nada, ni una olita decente para los arriesgados, léase presuntuosos, surfistas que burlaron la vigilancia. Ante semejante fiasco, CNN cambió el enfoque a Chile para disimular el bochorno.

Los azuayos que nos aprestábamos a ver, por primera vez, el reality de una enorme catástrofe natural, nos acordamos que hace unos 25 años ya vivimos algo parecido cuando anunciaron -boca a boca y teléfono a teléfono- un terremoto a las 3 de la mañana. La recordada "noche de los giles", versión criolla de "La Guerra de los Mundos" de Orson Welles.

Los que nos quedamos esperando la inundación de Hawai al final tuvimos la punitiva compensación de soportar la alevosa tormenta y granizada que volvió a inundar las casas, calles y sembríos. Bien hecho por noveleros.

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José Edmundo Maldonado (1937-1995), maestro del periodismo azuayo, dejó para la posteridad aquel evento denominado "La Noche de los Giles", una pieza maestra de la redacción que a continuación la reproducimos:

La noche de los giles

¿A dónde van médicos, carpinteros, odontólogos,
profesores, cocineras, monjas, estudiantes, diputados,
abogados, periodistas, mecánicos, panaderos, zapateros,
poetas, novelistas, noveleros, borrachos, exborrachos,
desocupados, taxistas, cargadores, damitas, las que
sabemos, caballeros, el clero secular y regular, motociclistas,
policías, soldados, comerciantes, industriales? ¿A dónde van
envueltos en ponchos, cobijas, sábanas, colchas, sabanillas,
bufandas, toallas, casacas de ir al Cajas, pasamontañas,
gafas de soldar autógenas, calentadores, ropa de campaña,
termos con café puro, guaguas envueltas al apuro, niños
llenos de mal genio como el gordo Torbay, perros asustados,
gatos apurados, muchachas de manos llenas de chalinas de
los indios otavaleños?

Van a ver el terremoto anunciado para las tres de la
mañana, pero como la hora es cuencana ha quedado para
las tres y media, de acuerdo a los comunicados, comentarios,
rumores, chismes, habladurías, decires, noticias, locutores,
emisoras. El miedo acaricia los pelos, las barbas, -hasta de
los lampiños-, las trenzas, los zapatos de los morlacos que
se encaminan sin rumbo cierto, los que viven arriba van para
abajo, porque allá no hará mucho daño el terremoto, los que
viven abajo van para arriba porque a las alturas no llega el
terremoto. Los ubicados en el parque Calderón huyen de
pronto, porque en el lugar hay huecos profundos de donde
salen los gagones, el cura sin cabeza, la caja ronca, el farol
de la viuda y otras alajas novedades, válidas para asustar a
los giles cuyo número exacto ya conocemos: ciento cuarenta
y ocho mil doscientos cuarenta y tres cuencanos y medio.

Muchos antes de salir de las casas cortan las líneas
del teléfono, porque así han dicho los bomberos, otros dejan
matando a los cuyes y a las gallinas, aquellos sacan loa velas
para los tres días de oscuridad, éstos llevan los ramos y los
romeros benditos para quemar en cuanto comience el
terremoto, mientras rezan “Santa Bárbara doncella líbranos
de la centella”. El pecador reza: Señor mío Jesucristo Dios
hombre y verdadero, pero se olvida y confunde la oración
con el Credo y luego con el Yo Pecador y acaba gritando la
parte final del Padre Nuestro. Rugen los altoparlantes de las
ciudadelas, pidiendo a todos abandonar las casas, las villas,
las camas para dirigirse hacia las llanuras, los valles, las
planicies, mientras el frío cala los huesos y la neblina hace
de Cuenca un pueblo parecido a Chunchi.

Lloran las monjas, lloran los hombres, -aunque los
hombres nunca lloran-, lloran los pobres, lloran los ricos,
porque los ricos también lloran. Terror, temblor, miedo,
chirichis, agua de toronjil, abrazos de despedida, perdonada
de deudas, recomendaciones, sacarás los dólares debajo
del colchón, esconderás la televisión debajo de la cama, en
el forro del abrigo están los mil que eran para el chupe del
sábado, abre el atún de la despedida, porque dicen que para
morir se debe comer bien, un por si acaso en el infierno
demoren la comida como en la villa bolivariana. Todo es
confusión, carreras, desorden, desfile, se encienden los
faroles, se prenden las ceras, se queman los ramos, se
quema el romero, se canta perdón oh Dios mío, perdón e
indulgencia, perdón y clemencia, perdón y piedad, pequé ya
mi alma, su culpa confiesa, mil veces me pesa de tanta
maldad, salve dolorosa y afligida madre salve tus dolores y a
todos nos salven.

Son las dos y quince de la mañana, faltan tres cuartos
de hora para el terremoto, que lentas pasan las horas, los
minutos, los segundos. Sollozan los niños, ladran los perros,
fuman las pipas. Las dos y treinta de la mañana y nada.
Qué pasará de noche, no hay mañana que no haya en el
jardín rosas difuntas, sobre estas cosas mi querida hermana,
porqué a nuestro Señor no le preguntas, pasemos esta noche
en la ventana, los ojos fijos y las manos juntas, para saber
mañana de mañana, porqué hay en el jardín rosas difuntas.

Las dos y cuarenta y dos, señores y señoras faltan dieciocho
minutos para el terremoto, profetizado por Mariana de Jesús,
cuando los pueblos no hagan nada contra los malos
gobiernos. Temblor, pavor, crujir de dientes, nos piernan las
tiemblan, cunde el pánico. Faltan dos minutos para las tres,
se ponen en cruz los ateos, se hincan los comunistas, se
santiguan los socialistas, se golpean el pecho los del MPD,
se ríen los curuchupas, pero de miedo.

Las tres, el terremoto no llega, seguro no hay
presupuesto porque todo se ha gastado en los décimos
juegos bolivarianos. Así es con Cuenca, ni un terremoto bueno
puede tener, fuera para Ambato ya llegara uno para dejar
cincuenta mil muertos y Pelileo hecho ruinas. Las tres y cinco
y sólo el frío hace más amarillo los rostros de todos los
morlacos, hombres, mujeres, ancianos, niños. Las tres y
cuarto y claman los locutores, no es cierto, no es verdad,
hay error, mentira, falso, quién dice, no hagan caso, lata no
más era, al saber le llaman leche, somos giles, a la bio, a la
bao, a la bim bum bam, terremoto, terremoto no habrá.

Cuatro de la mañana, quién tiene miedo carajo, yo no
me asusté, me estaba riendo, sabía de antemano que era
mentira, los terremotos no se profetizan, estuve en la calle
por nota. Desaparecen los nerviosos, los asustados, los
temblorosos y se multiplican los valientes. Centenares de
tarzanes, supermanes, kalimanes, kingkones, gilmanes en
lugar de giles. Se multiplican los audaces, los temerarios,
las mujeres maravillas, los fuertes, los integrantes de la
brigada, los nervios de acero. Nos encontramos con Rambo
I y Rambo II, en calles y avenidas están Rocky I, Rocky II y
Rocky III. Los ateos recobran los colores y niegan a Dios,
pero todavía las quijadas se mueven como de los esqueletos.

No olvidaremos la madrugada del lunes anterior, cuando
todos a una estuvimos de acuerdo en que no hay brujas
Garay, pero que de haberlas hay.

domingo, febrero 21, 2010

¿Por qué entrar gratis al estadio?

Carlos Víctor Morales es un periodista deportivo muy conocido en nuestro país. Sus comentarios se difunden por radio y televisión. Sus opiniones son seguidas por miles de personas. Su declarada militancia por Barcelona no parecería afectar la objetividad de lo que dice. En dos décadas de periodismo se ha hecho un hueco en la opinión pública del popular deporte.

Hoy, Carlos Víctor Morales es el centro de una controversia con los dirigentes de Barcelona. Sus recientes comentarios no les cayeron bien a los mandamases del club de fútbol más popular del Ecuador. En rechazo al periodista, decidieron retirarle su pase gratuito al estadio Monumental Banco Pichincha.

Morales con cámaras detrás acudió el día del partido. No le dejaron pasar. Y entonces denunció que se trataba de un atentado a la libertad de expresión. Recibió el respaldo de sus colegas, tuvo que comprar el boleto para acceder al escenario y realizar su actividad profesional.

Una de las malas costumbres de medios y periodistas que se dan en los eventos deportivos, culturales o de espectáculos es la de exigir entradas gratuitas para realizar la cobertura profesional. Esto se da aquí y en casi todo el mundo. Pero, en realidad, si no hay entrada o se la niegan, no debería hacerse tanto problema y alboroto. La solución es fácil: páguela y listo.

Además que Carlos Víctor Morales no necesita que le regalen entradas. Gana bien, de hecho. Más grave sería que el club le pague los pasajes, los viajes o, quien sabe, algo más. O algo peor que también se ha dado en Guayaquil: entregar a algunos comunicadores, no uno, sino muchos boletos, como forma de pago por sus comentarios favorables. Ahí también encontramos una de las causas de la decadencia barcelonista: mudos ante lo criticable y panegíricos con los dirigentes.

No debemos criticar o calificar como atentado a la libre expresión estas actitudes. Que el medio o el comunicador paguen su acceso a los eventos no empobrece ni enriquece a nadie. Perdón, sí enriquece algo: el nombre del periodista.

(foto: últimas noticias)

domingo, febrero 07, 2010

El otro héroe de Haití. "Turco", un perro abandonado

La siguiente es una noticia de esas que nos reconcilian con la vida. Una historia preciosa.

Gracias a `Turco´, los bomberos de Valladolid rescataron a Redjeson Hausteen Claude, de dos años. El pequeño haitiano llevaba dos días bajo los escombros.

Abandonado por su dueño en Tarifa, este labrador estaba al borde de la muerte cuando fue recogido por unos militares. En unos meses pasó de ser un vagabundo a convertirse en el orgullo de un cuerpo de bomberos. Acaba de regresar de Haití, graduado tras salvar 18 vidas.



`Turco´ es un perro andaluz y su historia comienza, como la película de Dalí y Buñuel, con una navaja bien afilada.

En su caso, el tajo fue en el cuello. Sus dueños le extrajeron así el microchip, una práctica muy habitual entre los propietarios de los 150.000 perros que se abandonan en España cada año, tantos como víctimas humanas en el terremoto de Haití. Sin chip, no hay denuncia. El animal pierde su identidad y, casi siempre, perderá la vida. `Turco´, un labrador jovencito, quizá un regalo de Reyes, vagabundeó no se sabe cuánto tiempo por las afueras de Tarifa, en pleno verano de 2008, y acabó en un campo de maniobras. Lo recogieron unos militares que hacían ejercicios de tiro, muerto de sed, hecho un saco de huesos, lleno de pulgas y parásitos. Y con un pedruscazo en el hocico que todavía supuraba, cortesía de otro `amante´ de los animales. Turco estaba tan traumatizado que olvidó cómo se ladraba, como un niño que enmudece por los malos tratos. Un año después de su odisea, el perro seguía sin poder articular un guau.

Así fue como Turco se cruzó en la vida de Cristina Plaza Jorge, una soldado profesional de 22 años, vallisoletana, destinada en Ceuta. «Me llamaron los compañeros que lo habían rescatado. Sabían que me estaba costando adaptarme, que me sentía sola y le había dicho a todo el mundo que quería un perro. Me mandaron una foto por el móvil. Parecía pequeñito, aunque resultó ser un grandullón. Y estaba flaquísimo. Me enamoré. Crucé el Estrecho en el ferry, me fui a ver al veterinario de Algeciras donde lo habían dejado y me lo llevé a casa.»

`Turco´ se recuperó de sus heridas gracias a los mimos de Cristina. Y recobró la alegría, pues la nobleza nunca la perdió. «Es el perro más juguetón del mundo. Incansable. Lo que más le gusta es correr por la playa. Le puedes tirar un palito cien veces, que cien veces irá a por él y te lo traerá.» Vivieron juntos ocho meses felices. Ganó peso, aunque seguía sin ladrar. Una mañana cayó una tromba de agua: 160 litros por metro cuadrado. Y la casa de alquiler de Cristina, una planta baja, se inundó de tal modo que era inhabitable. «Rezumaba tanta humedad que tuve que volver al cuartel. Como allí no podía tenerlo, lo llevé a casa de mi madre en Castronuevo de Esgueva, un pueblo de Valladolid.» Allí, Turco conoció la nieve. Pero el destino le tenía reservada una nueva sorpresa. El perro rescatado de la muerte por unos soldados de buen corazón iba a tener ocasión de demostrar su generosidad y devolver el favor. Con creces.

El sobrino de una vecina, bombero del grupo de especialistas en rescates de la Junta de Castilla y León, lo vio corretear por el pueblo e intuyó enseguida que aquel chucho alegre, vivísimo, que lo olfateaba todo con la curiosidad de un detective, sin despistarse jamás, tenía madera de héroe. Pidió permiso a Cristina para hacerle una prueba. «Ya tenían a `Dopy´, un golden retriever, pero siempre andan buscando nuevos perros. No es nada fácil encontrar candidatos que superen las pruebas. Yo les dije que de acuerdo. Me costó lo mío, porque lo quiero muchísimo, pero me convenció mi madre.» Su argumento era incontestable y resultaría profético: «Imagínate, Cristina, que algún día `Turco´ salva una vida».

Cristina les puso a los bomberos tres condiciones antes de donarles a `Turco´: que no le cambiasen el nombre, que le dejasen verlo cada vez que fuera a Valladolid y que, si el perro no superaba las pruebas, se lo devolviesen. Y los avisó, además, del gran inconveniente: no ladraba. ¿Cómo se las arreglaría para alertarlos si encontraba un superviviente entre los escombros? A los quince días la llamaron por teléfono. «Tu perro ya ladra y está hecho una máquina. Cuando salimos a correr, se viene con nosotros. Y luego se va a correr con el siguiente turno. Nunca tiene bastante.» Comenzó entonces el durísimo entrenamiento de un rescatador canino en edificios y estructuras colapsadas.

Eugenio, su adiestrador del parque de bomberos de Tordesillas, enseñó a `Turco´ el oficio. Moverse en las mil trampas de un derrumbamiento, adentrarse en la oscuridad por huecos inverosímiles, pues no basta con detectar un olor y ponerse a ladrar, un buen perro de rescate intentará seguir profundizando y encontrar un camino hasta llegar lo más cerca posible de la víctima sepultada. No son perros a los que se entregue la prenda de una persona y les sigan la pista. Distinguen el olor genérico de los humanos y son capaces de diferenciar si se trata de una persona viva o muerta. Y de discriminar entre los olores de las personas enterradas y los de las que están en superficie. Es una gran responsabilidad, porque cuando los perros terminan su trabajo y la zona se declara limpia, empieza el de las máquinas de desescombro. Deben compenetrarse con su binomio humano hasta formar un equipo eficaz. Su premio: una caricia, una golosina, un palito que mordisquear.

Completado su entrenamiento, llegó la prueba de fuego. `Turco´ y `Dopy´ volaron a Haití con un equipo de siete bomberos de los parques de Valladolid, Tordesillas y Palencia, con Francisco Rivas como jefe de expedición. Y demostraron lo que valen. Fueron nueve días de trabajo tan intensos como atroces, trabajando 16 horas diarias en condiciones inimaginables, entre réplicas del terremoto y actos de pillaje o de mera supervivencia. Participaron en 18 rescates. Cuando hay 150.000 muertos sobre el terreno, hablar de 18 finales felices es como aferrarse a un clavo ardiendo. Hasta los perros se deprimen ante la enormidad de la tragedia. Pero cada vida humana cuenta. Por eso mismo, Francisco Rivas no podrá olvidar nunca a la adolescente que tuvieron que dejar en un edificio cuando apenas faltaba media hora para desenterrarla porque los escoltas de la ONU, temerosos de verse envueltos en un tiroteo cercano, les ordenaron abandonar el salvamento y salir de allí por piernas.

Pero tampoco nadie podrá olvidar el rescate del niño Redjeson Hausteen Claude, de dos años. Un milagro que dio la vuelta al mundo. El pequeño estaba entre los escombros de la vivienda familiar, abrazado a su abuelo muerto. Cuando el bombero Óscar Vega lo sacó en brazos, la familia lo rodeó y empezó a bailar alrededor, entre gritos de alegría. «Cuando lo vi por televisión, me puse a llorar y no podía parar. ¡Ése es mi `Turco´! Es lo más grande que me ha pasado en la vida», recuerda Cristina. Turco ya está de vuelta en España, mordisqueando palitos, su gran afición, jugando con `Dopy´, su compañero de fatigas. Y entrenándose diariamente para seguir salvando vidas como si tal cosa.

Carlos Manuel Sánchez

(Fuente: http://xlsemanal.finanzas.com/web/articulo.php?id=52638&id_edicion=4927 )