domingo, diciembre 30, 2007

Diez canciones sufridoras

Viven escondidas e impregnadas en lo más profundo de nuestro cerebro. Algunas resurgen por temporadas para perseguirnos como fantasmas.

Nacieron como declaraciones depresivas o trágicas de la vida contadas en tres o cuatro minutos y que obligaban a escucharlas junto a una caja de kleenex.

Con el paso del tiempo y por el machacamiento en la radio, hoy pueden provocar sensaciones diferentes de las que sus creadores pretendieron.

A la hora de sufrir (o reír), la siguiente es una lista de diez canciones escogidas después de investigar y, sobre todo, de escucharlas desde nuestra niñez:

1) Mamá dónde están los juguetes (Villancico de Los Niños Cantores de Navidad).
Empieza a sonar en noviembre y nos acompaña hasta fines de diciembre. Cuando la escuché por primera vez me agobió. Después de oírla, seguro que hasta el duro y egoísta de Scrooge no hubiese necesitado de ningún fantasma para abrir su corazón. No solo es el villancico más depre de todos, también han salido bromas del mismo, como aquella que cuenta que cuando Hugo Chávez tenía cinco años preguntó a su madre "Mamá... ¿dónde están los juguetes?"; a lo que ella le respondió: "¿Por qué no te callas?".

2) Cuestión de piel (Balada de Ismael). Un recitado al desamor, que no fuera nada del otro mundo a no ser por el desesperante, desproporcionado y –sobre todo- insufrible llanto de una mujer que asoma en el tercio final de la canción. La chica se manda una auténtica elegía al hipo que provoca que el pobre de Ismael pida perdón y ponga la reversa. Al final, la relación de la pareja queda como empezó la canción: en la indiferente rutina, lo cual constituye la auténtica tragedia del cuento cantado, perdón, llorado.

3) Canción para una esposa triste (Balada de Manuela Torres).
También es cantada por el grupo chileno Los Galos. Con un título así sobran mayores explicaciones para explicar un adulterio. Sin embargo, la desconsolada termina rayando en sumisa candidez al preguntarle al infiel marido: “¿Cómo es ella? ¿Es linda, es buena, te quiere mucho? No, no digas nada, es mejor así y duele menos. Cuídate, abrígate al salir porque hace frio…”. Me gustaría conocer qué opinión tienen de esta canción las defensoras de género porque en la versión de Los Galos el esposo se despide para siempre olvidándose del derecho a la alimentación de sus hijos.

4) Lágrimas de una madre (Balada de Los Galos). Llega en mayo para martirizar a las mamás. Es la historia de un hijo que dice que nunca más volverá. Su inicio no puede ser más patético: “Madre prepara mis cosas, porque tengo que partir a buscar nuevas fortunas, aunque me cueste salir, solo te pido no olvides de darme tu bendición…” ¿Habrá alguna madre que se lo crea?

5) Está dormida (Balada de Yaco Monti).
El argentino ha sido uno de los más trágicos y desesperados frente al micrófono. Por algo lo llamaban "El llorón del Plata". Su particular manera de cantar hace pensar que hace rato debió haberse cortado las venas. En este melodrama de tres minutos y pico se resiste a aceptar la muerte de su amada: “No me digan nada. Es mentira. Es mentira. ¿No la ven que está dormida? Pobrecita mi amor, está dormida”.

6) La dicha que me fue negada (Balada de Leonardo Favio).
¿No habrá peor fatalidad que la mujer que amas se case con tu mejor amigo? Favio no solo la canta, también la dramatiza, hasta con las voces del cura. “Allá junto al altar la espera mi amigo, mi querido amigo, mi amigo del alma, yo debo fingir que estoy alegre en homenaje a él. ¡Cuánto la amé Dios mío! ¡Y qué hermosa está esta noche, qué hermosa!”. Ni siquiera la promesa de que el primer hijo llevará el nombre del sufrido, apacigua el peso de semejante cruz.

7) Hijo de madre soltera (Balada de Manolo Galván).
Bajo este nombre se vendió en Ecuador el disco del español. El verdadero título es “Hijo de ramera”. Debe haberles sonado muy duro en los años setentas a los fabricantes del vinil (Fadisa). Es otro canto dramatizado, cuyo rótulo lo explica todo. De por medio está una violación y “Pedro, el hijo del alcalde” como el villano al que el niño ofendido promete escupirle en la cara. ¡Epa!


8)
El último beso (Bolero de Alci Acosta).
Otra historia funesta que termina con la muerte de la mujer amada. Lo grave es que en la voz del colombiano no suena a lamento, sino a bohemia aguardientosa. Un accidente de tránsito cuyo responsable canta con total desparpajo “Íbamos los dos al amanecer, obscurecía y no podía ver. Yo manejaba. Iba a más de cien… ¿Por qué se fue y por qué murió? ¿Por qué el Señor me la quitó?”. Y después nos quejamos de los buseros.

9) Ese Hombre (Balada de Pimpinela con Dyango).
El triángulo amoroso, a la insoportable manera de los hermanos Galán tiene como invitado de honor a Dyango (aunque hubiese sido mejor que le inviten a Leonardo Favio para que esta sea la continuación de "La dicha que me fue negada"). El español se encarga de ocupar el papel del amigo del marido que acaba siendo el amante de su esposa: “Ese hombre no quiso hacerte daño, no le guardes rencor, compréndelo. No lo dudes, es tu amigo y te quiere. Porque ese hombre, ese hombre soy yo”. Lástima que la canción termina ahí sin una respuesta del cornudo Joaquín.

10)Payaso (Bolero de Javier Solís).
La tristeza por el rompimiento de una relación de pareja es un lugar común en la música. Sin embargo, esta canción es tragicómica porque en medio de los lamentos, el mexicano se manda una sonora carcajada después de decir:
"En la pista fatal de mi destino, una mala mujer cruzó el camino. Soy comparsa que juego con mi vida, pero siento que mi alma está perdida". Medio masoquista, don Javier.

lunes, diciembre 10, 2007

Bienvenidos a Dayuma

¿Qué sabemos de la parroquia Dayuma? Es difícil encontrar por internet algún dato que nos ubique bien en esta zona de conflictos. Lo que hemos visto han sido fotos enviadas por correo electrónico del despliegue militar y las agresiones a algunos habitantes de este abandonado pueblo oriental. Gente humilde sacada a la fuerza de sus casas humildes. Pisoteados la cabeza, llevados como sacos de papas en los baldes de los hummers del ejército y golpeados antes de ingresarlos a la cárcel nos recuerdan lo que es la Manu militari sobre civiles. También hemos visto algunas tomas de video que reflejan lo antes descrito.
Conocemos, asimismo, la posición asumida por la Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos. La Hermana Elsie Monge denuncia la violación de los derechos humanos de decenas de pobladores detenidos por parte del ejército y la policía, acusados de sabotaje y terrorismo.

Sabemos que está declarado el estado de emergencia y que se han suprimido varias facultades que garantiza el artículo 23 de la Constitución. Impera el bando militar por sobre la ley. Uno de esos bandos advirtió a las radioemisoras que no pueden transmitirse las entrevistas a los encarcelados. La libertad de expresión está en manos de los militares. Algo similar ya ocurrió en el anterior gobierno de Alfredo Palacio.

Vimos lo que dijeron los ministros de Defensa y de Gobierno, encargado, Wellington Sandoval y Fernando Bustamante. Justificaron las detenciones diciendo que eran cuarenta encpuchados que trataron de sabotear los pozos petroleros y de dinamitar dos puentes pero que no estallaron algunas cargas de dinamita. Lo que no mostraron, y debían haberlo hecho, fue los videos de los operativos militares y policiales para desmentir las agresiones a los ciudadanos así como para documentar sus palabras.

La prefecta de Orellana, Guadalupe Llori, a quien el presidente Rafael Correa la calificó como "peor que la Mama Lucha" e instigadora del paro está en una cárcel de Quito. ¿Y el principio de juridicidad en qué quedo? O sea, el derecho a que el detenido sea procesado y esté detenido en la jurisdicción en la que ocurrió el delito no se aplicó a la autoridad.

Y por último, el presidente Correa amenazando a la Asamblea Constituyente -léase a su propio bloque de mayoría- a que no nombren ninguna comisión de investigación de estos graves acontecimientos, caso contrario pide que le acepten la renuncia. ¿Desacuerdo País? ¿Chantaje al máximo nivel? ¿Quién mismo manda en el país, en los papeles se entiende, la Asamblea Constituyente o el presidente de la república? ¿Si los hermanos Gutiérrez Borbúa están detrás de esto, se justifican los malos tratos y palizas?

Hoy se conmemoran los 59 años de la Declaratoria Universal de los Derechos Humanos. Habrán eventos para celebrarlo en elegantes salones, con gobiernistas momias cocteleras de por medio, que mientras levantan la copa de champán no podrán evadir las duras imágenes mentales de Dayuma.

jueves, diciembre 06, 2007

El vinilo afectivo

El carrusel lleno de discos gira lentamente. Se detiene y del mismo sube un disco de vinilo de siete pulgadas de diámetro hasta ubicarse en el plato vertical que gira a 45 revoluciones por minuto. Una aguja de diamante se junta al plástico y desde su periferia busca un cauce para iniciar un nuevo viaje sónico.

Los cuatro parlantes de la rockola Wurlitzer, modelo 1969, palpitan. El piano y un melancólico Paul McCartney abren la soberbia “Let It Be” de los Beatles. La clásica canción se apodera del ambiente mientras la placa bien preservada es surcada por el diamante. La melodía va in crescendo hasta el final a toda orquesta de una pieza maestra de la música moderna. Final sublime en la mejor de las atmósferas.

Para los nostálgicos de los sonidos analógicos de antaño la llegada del disco compacto y la digitalización solo sirvió para marcar diferencias entre un sonido imperfecto pero afectivo y un sonido puro pero frío.

Y es cierto. Si se pone la misma canción en cd o en el mp3 es muy probable que se escuche como si los cuatro de Liverpool estuviesen tocando ante nosotros en la primera fila del Royal Albert Hall de Londres. Nuestros oídos captarán los más mínimos detalles.

Sin embargo, ese sonido esterilizado no es el que se escuchó cuando llegaron a la cumbre de la fama. Era el otro. Ese, cuyo incesante uso y trato –o maltrato- provocaban la pérdida de calidad y la llegada de invitados no deseados: zumbidos, rayones y la “lluvia” o “crackle”.

La tecnología del “0” y el “1” podrá traernos una perfecta calidad acústica, es cierto. Pero nadie nos quita ese afecto por el desgastado vinilo. Es que ahí, en sus maltratados surcos, se ocultan capítulos de nuestra vida que reaparecen cada vez que pulsamos un número y una letra de la Wurlitzer.