domingo, octubre 25, 2009

Las perfomances de Cholango y 9 perros callejeros



Cuando el desfachatado viceministro de Cultura, Francisco Salazar, aburría a los asistentes a la inauguración de la Décima Bienal de Cuenca con un largo y desentonado informe de labores, irrumpió en el escenario del auditorio del Banco Central el artista Manuel Amaru Cholango. Portaba un cartel que decía: "el arte ha muerto y tu has matado el arte". Interrumpió al orador, increpó a las autoridades de la primera fila y empezó a devestirse.

Su provocación alcanzó los niveles deseados con la intervención de dos policías que trataron de retirarle al artista. Su resistencia con uñas y dientes, el apoyo con silbidos de parte de la audiencia y la intervención de René Cardoso, presidente de la Bienal, impidieron la detención. Volvió gimiendo y en calzonsillos se acostó en medio del proscenio. La perfomance había resultado perfecta para un tolerante y "open mind" público vinculado al arte y la cultura.

Me pregunto ¿qué hubiese sucedido si Cholango se mandaba ese mismo número en la elección de Reina de Cuenca? Estoy seguro que en sus paños menores hoy estaría tras las rejas acusado de escándalo público y quién sabe de qué otros delitos.

Pocas horas antes, en pleno centro de Cuenca un evento inusual llamaba la atención de los caminantes. Nueve perros callejeros descansaban en la esquina de Sucre y Benigno Malo, en los bajos de la notarías. ¿De dónde salieron? ¿Qué hacían ahí? ¿Otra perfomance provocadora de Amaru Cholango? O, simplemente, los canes acudían a una imperativa convocatoria de la naturaleza de una perra en celo.

(Fotos: El Tiempo, mía y de Jaime Marín)

lunes, octubre 12, 2009

Búnbury en la noche sigseña

Enrique Ortiz de Landázuri es un tipo extraño y al mismo tiempo magnético. Puede ser rockero o cantante de flamenco, vaquero o boxeador. Es el mismo que hace once años caminaba fascinado por las montañas del Cajas cuando empezaba su carrera post-Héroes del Silencio. Detrás de esa aura inalcanzable para los demás, en gran parte impuesta por sus seconds, está el hombre sensible, el músico exquisito, el cantante único que vino por cuarta vez a estas tierras.

El convenio con sus fanáticos es un pacto con el diablo. Basta ver a los que llegaron de lugares tan lejanos como el Carchi o el norte de Perú a Sigsig a recibir la comunión de su máximo ídolo. Pese a todos los problemas técnicos que obligaron a suspender por un día el show; pese a la escasa oferta de hospedaje del cantón azuayo; pese al clima de intenso sol en el día y de frío extremo en la noche, lo de los seguidores del zaragozano es un contrato irrompible.

Después de una jornada de furia por la suspensión del concierto, la desazón, la incredulidad, la rabia se apoderaron del público. Se avecinaba un fracaso al día siguiente. Y no fue así. Llegaron ocho mil, cifra impresionante para un domingo por la noche frente a los cuatro mil que fueron al Ágora de Quito y pese a que se devolvieron los dineros a cerca de dos mil personas que no pudieron asistir.

La tarima descubierta bajo la lluvia obligó a colocar unas carpas antiestéticas -"chimbas"- para proteger de la lluvia a los instrumentos. No pudieron activar las pantallas de leds. El escenario fue "minimalista" por la emergencia. Las luces también estuvieron amenguadas, pero el sonido fue lo mejor de la parte técnica. Bien en el audio. Eso es lo más importante en un concierto y en eso fuimos generosamente tratados.

De lo musical, Búnbury fue un show aparte. Quizás a cada uno de los asistentes le pegó algunas de las canciones nuevas y de las clásicas. A mi me encantó "Doscientos huesos y un collar de calaveras". Buenísima. Asimismo la versión final del "La Chispa Adecuada" fue... mágica.

Y a usted, privilegiado asistente al estadio municipal ¿cuál fue la mejor canción de la noche sigseña?