A las 8 y 35 de la noche de este sábado 19 de abril de 2008, más de veinte mil impacientes asistentes al estadio cuencano recibieron con aliento el impetuoso arranque del concierto de Maná con “Déjame Entrar”.
Como intro presentaron un video en el que un grupo de hombres salta una muralla que explota en pedazos. Y así fue el recital. Lleno de efectos tecnológicos bien equilibrados que hasta pudieron caer en el hartazgo para algunos ortodoxos que solo buscan lo musical.
Si a Maná lo venimos escuchando desde hace 16 años, este era el momento para saldar el compromiso de verlos en vivo. Y la verdad que valió la pena. Un espectáculo sin egoísmos. Ni de ellos, ni de los organizadores.
Del repertorio de Maná no se puede hablar más de lo que ya todos conocen. Sus éxitos caen en la clonación de las formas con toques de colágeno, especialmente los movidos que suenan machacones. Su mensaje de revolucionarios salvadores del planeta puede llegar a cierto escepticismo para otros.
Si bien faltaron sus primeros hits y su último –el cover de “Si No Te Hubieras Ido”-, sus dos horas y quince minutos de espectáculo dejaron satisfechos a todos. Destaca la voz de Fher, toda una marca registrada. La guitarra de Sergio es fina, sin llegar a niveles de virtuosismo. El carismático baterista Alex supo ganarse al público con un largo y digno solo de percusión que recuerda a esas antológicas performances de Neal Peart en Rush.
El buen “timing”, o la administración de tiempos del recital, dejó a todos satisfechos, sin caer en el aburrimiento que pudiese provocar el solo hecho de tocar una tras otra sus canciones. Ahí, apareció la tecnología para imponerse y enseñorearse, por si acaso asomaba algún bostezo.
El sonido basado en enormes torres de
Las pantallas gigantes de leds transmitieron los primeros planos de los músicos y los videos de apoyo para cada canción. Impecables.
Los efectos fueron lo mejor de la velada. La batería de Alex giraba, subía y bajaba del escenario. Las llamaradas de fuego que salían de la parte más alta de las torres recordaban los conciertos de Kiss. La lluvia artificial para el tema “No Ha Parado De Llover” coincidió con una precipitación que obligó a los que estábamos en la cancha a cubrirnos.
El cierre de un espectáculo de este nivel no podía ser sino con un despliegue de juegos pirotécnicos sobre el cielo cuencano, y con el acertado fondo del himno “All You Need Is Love” de Lennon como para poner a soñar a cualquiera, mientras los músicos de abrazaron y agradecieron con una larga venia colectiva.
Solo quedaba la lenta, fastidiosa e irremediable salida, cerca de las once de la noche por las estrechas puertas del estadio que me trajo a la mente la imagen de los niños cayendo en la máquina de embutidos del vídeo “Another Brick In The Wall”.
Entonces volvimos a nuestra triste realidad de tercer mundo después de asistir a un concierto de primer mundo: la atávica incultura de algunos, la vergonzosa ebriedad de otros y un mar de desperdicios por todas partes.
Al final, el entretenimiento musical de esta noche de abril fue el mejor de los que se han presentado hasta ahora en Cuenca. Y eso ya es decir bastante.