
El efecto amedrentador a la señora a más de la destrucción en la pintura del vehiculo se suma a la socarronería con la que se solazaron el busero y su secuaz ayudante. La historia se repite todos los días en las calles y avenidas cuencanas.
Aquí está otro testimonio presentado en la edición del viernes 30 de noviembre en Diario El Comercio:
‘Hasta el sábado pasado, podía decir que en mis 41 años nunca había tenido graves problemas con otros conductores en las vías. Soy comunicador social y por mi especialización en derecho internacional y uso progresivo de la fuerza tuve la oportunidad de trabajar con policías de varios países. Pero eso de nada sirvió al enfrentarme a la ira de un conductor.
Eran las 11:45 del sábado pasado, cuando transitaba por la av. Naciones Unidas, al norte. Me iba a encontrar con un amigo para negociar un ‘software’ aplicable a un negocio de motos acuáticas que tengo en Esmeraldas.
De repente, cuando me encontraba a la altura de la av. Naciones Unidas y Japón, me llamó la atención la presencia de un bus de la Cooperativa Transporsel que venía en sentido oriente-occidente, zigzagueando de un carril a otro.
Cuando el bus me rebasó, yo aproveché para bajar el vidrio de mi auto (un Hyundai Tucson de color crema) y llamar la atención del ayudante. “No seas tonto, vas a matar a alguien. Vuelve a tu carril o llamo a la Policía”, le amenacé. El chofer y el ayudante se rieron.
20 metros más adelante nos volvimos a encontrar. Volví a advertirles que iba a llamar a la Policía. El chofer no esperó nada para lanzar su bus contra mi carro. Eso me obligó a maniobrar.
Cuando me estabilicé, aceleré un poco y me crucé al frente del bus para impedirle el paso. Entonces, marqué por mi celular al 101.
Siempre me indignó la actitud de la gente que decía que no hay que meterse con los ‘buseros’, porque son muy agresivos.
Mientras pensaba en eso sentí que azotaron mi mano. El celular cayó el piso y un puño se estampó en mi cara. Era el ayudante del chofer. Yo me moví al asiento del copiloto y respondí con patadas.
Luego me bajé del carro pensando que me enfrentaría a él de hombre a hombre. Él lanzó el primer golpe, pero yo no pude responderle porque el chofer me hizo una llave en la pierna y caí al pavimento. Luego me patearon en el piso. Yo solo intenté protegerme el rostro.
Luego sacaron un machete. Yo me quedé inmóvil, pero la gente que caminaba en los alrededores se alarmó y llegó para auxiliarme. Yo calculo que fueron cerca de 100 personas. Los agresores se asustaron y se metieron al bus. La muchedumbre ejerció presión y abrió la puerta. Gritaban que por eso era necesaria la Ley de Tránsito y hubo hasta quienes pidieron gasolina para quemar al bus.
A uno de los agresores le sacaron los pantalones y a otro le pegaron.
Una mujer policía intentaba frenar las agresiones, pero era una contra 100. Minutos después, llegó un vehículo misterioso, sin placas; su conductor dijo que era un teniente de la Policía Judicial (PJ). Yo le pedí que se identificara, pero como no quiso me negué a entregarle a los agresores.
El chofer y el ayudante aprovecharon el desorden para deshacerse del machete. Según uno de los testigos, entregaron el arma a un vendedor ambulante.
Luego, cuando llegó un patrullero e hizo las indagaciones, me di cuenta que los USD 200 que llevaba para comprar el ‘software’ ya no estaban en mi bolsillo, los perdí en medio de la agresión que me propinaban ambos.
La reacción de la gente me impresionó una vez más cuando pedí testigos para rendir declaraciones en la Fiscalía. Cinco personas acudieron voluntariamente.
Con la mano rota acudí a rendir mi versión de los hechos , pero me llevé una sorpresa cuando llegué a las instalaciones de la PJ y salió el Fiscal para atendernos en el pasillo. Me preguntó lo que pasó, pero no recogió las versiones de los testigos ni les pidió sus números de cédula, nada. Tampoco ordenó un examen médico legal para mí.
Los implicados decían que yo les agredí, que robé un celular, que les quité las llaves del carro y que robé USD 150 de la caja.
El Fiscal preguntó por el machete, pero además de las declaraciones yo no tenía pruebas para demostrarle que el arma existió.
Después de seis horas mi mano estaba morada y muy hinchada. Entonces di por terminados los trámites y fui a la clínica Pasteur. Por la agresión del chofer y su ayudante debí operarme, a las 20:30. Dos horas después tenía un clavo sujetando mis dedos.
Pese a las declaraciones, Joffre C. y José L. (chofer y ayudante) fueron acusados de infracción por provocar lesiones y su pena fue de seis días de prisión. No estoy de acuerdo con el castigo. Ellos debían ser sancionados por intento de asesinato y no solo por agredirme, pero así es la justicia’.