Después de los diez primeros días de Mundial, con promedio de tres partidos por día y con la desbordante explosión soñadora que inspira nuestra selección; parecería que no solo los temas “serios” como los de la política electoral, el bloque 15, la reorganización de las cortes y otros, transcurren en la sinergia del quemeimportismo.
También asuntos propios de nuestro Mundial, ese que nos hacen ver desde Alemania las cadenas televisivas, revelan, más allá de la señal internacional de los partidos, la mediocridad, la vulgaridad y la ignorancia de los “enviados especiales”.
Si el partido Ecuador-Polonia rompió el rating de audiencia con 64 puntos, es decir, más de siete millones de ecuatorianos lo vieron; lo menos que podemos pedir a nuestros narradores, comentaristas y animadores es estar a la altura de las circunstancias.
Rydzard Kapuscinsky y cualquier buen periodista recomienda leer cien páginas sobre un tema para escribir una. La base, entonces, para el éxito de una transmisión tan esperada y sintonizada, no solo está en quien canta más bonito el gol o en el que más emoción le pone al partido –que al final son elementos importantes pero no los fundamentales-; sino, en la preparación previa de quienes tendrán la enorme responsabilidad y el honor de contarnos lo que estamos viendo o lo que no conocemos.
Y no solo se trata de zafarse de los apuros tomando una revista deportiva con las hojas de vida de los futbolistas, o peor aún, el álbum de cromos Panini para contarnos en donde juega tal jugador. La cosa va por el grado de preparación académica y autodidacta de ese ser humano llamado narrador o comentarista deportivo. Y en eso, la mayoría de nuestros “enviados especiales” pierden el año con “honores”, perdón, horrores.
De ese saco de mediocres hay que sacar a unos pocos que sí merecen tomar el micrófono: Alfonso Lazo, Marcos Hidalgo, Patricio Cornejo y Vito Muñoz. Es cierto que entre los cuatro no pueden narrar tres partidos diarios. Quizás eso explica el porqué les llevaron a los otros. Pero, por favor, no nos merecemos, los que esperamos cuatro años, escuchar mil veces en un partido “balono”, en vez de balón; “Ecuadoro”, en lugar de Ecuador; “ocservar” por observar; “ávaro” por avaro; “señoro” por señor. Destruyen no solo el idioma, también la concordancia gramatical de género cuando narran que “recibe el balono y la pasa para el defensa”, convirtiendo el balón en pelota; y, así, mil desbarros más.
Juega Argentina con Costa de Marfil. Promedia el segundo tiempo e ingresa a la cancha el boquense Rodrigo Palacio. Pero, para nuestros “monosabios”, era “Palacios”. Abbondanzieri era “Abundancieri”; y, así, en cada partido sus desatinos son de ese calibre. Su falta de preparación es desesperante y su narración es exasperante. ¡Qué distancia con periodistas como Fernando Niembro de la cadena Fox o Quique Wolf de ESPN! Ni pensar siquiera que alguna vez hayan leído algún artículo de Santiago Segurola, el extraordinario columnista deportivo de El Paìs de España.
Su incapacidad desbordante se completa con el abuso de los lugares comunes: Brasil es "el scratch", el "jogo bonito" o los cariocas (término que en realidad identifica solo a los habitantes de Río de Janeiro); Holanda es "la naranja mecánica"; España es "la furia"; los mexicanos son los charros; los ingleses son los inventores del fútbol; o, los alemanes son los teutones, por citar algunos de su trillada locución.
Para no morirme de las iras he optado por ponerle “mute” a la tele y ver los partidos en silencio. Quizás sea menos emocionante, pero no se resentirá mi hígado. Por la noche habrá tiempo para ver los comentarios de auténticos comunicadores que, lamentablemente, están en la televisión pagada.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario