No es una diva, ni quiere serlo. Su facha es alter: larga cabellera negra y lacia que a ratos oculta un rostro siempre sonriente y con un toque de palidez. Lleva blusa, falda corta y medias largas, coloridas y espontáneas. Es un anticliché para las siliconas y cuerpos de bisturí que pretenden los cánones del siglo veintiuno y que abundan desde las pueblerinas Caramelo Caliente hasta las tuneadas Beyoncé y Shakira cantando juntas una espantosa canción que nadie la recuerda de oído sino de vista. Es que Julieta Venegas no necesita de esos artificios para llamar la atención y cautivar a millones en América y Europa. La mexicana es auténtica, comunicativa y dulce. Pero también es una frenética rockera sobre el escenario. Así lo ostentó en el Coliseo Mayor la noche de este agitado jueves 30 de agosto.
Cinco músicos de talento la escoltan en donde sobresale el baterista por su cabellera estilo Pibe Valderrama y, sobre todo, su potencia para batir los tambores. Un escenario básico con tres pantallas redondas en las que se proyectan videos que escoltan cada corte, luces precisas y un escenario amplio para que la mexicana lo recorra de aquí para allá toda la noche.
A sus treinta y pico, Julieta es una dama que, lejos de alejarse de los locos años con Tijuana No, los relanza y potencia sobre las tablas. Por algo hay dos guitarras eléctricas en su banda, emblema de rebeldía musical. Súmele su virtuosismo para mover las manos, echándole fuelle a su aliado acordeón y dándose el lujo de lanzarse a un solo de diapasón con sus dedos derechos a toda velocidad y precisión, muy a lo Hendrix.
Alrededor de veinte temas adornaron su show en
Los momentos de clímax llegaron con las más conocidas: “Limón y Sal”, “Me Voy”, “Eres Para Mi”, “Sin Documentos” y “Andar Conmigo”. Hubo espacio para la protesta cuando recreó un tema de Los Tigres del Norte sobre el muro que construye EE.UU. para obstruir la migración latinoamericana.
Julieta, sangre liviana, buena onda y sin complicaciones. Por sobre todo, una rockera talentosa. Como un buen tequila (uno solo, máximo dos), sin edulcorantes y, claro, con limón y sal.






