La mañana del viernes 9 de marzo de 2007 en Bogotá, sorprende a más de un centenar de cuencanos; la mayoría de ellos amanecidos en algún antro, Una llamada a sus cuartos de parte de los guías turísticos les recuerda que los están esperando. Muchos, tratando de recuperar fuerzas para el concierto de la noche, deben realizar un esfuerzo para acicalarse y, medio somnolientos, subir al bus que los lleve al city tour.
Time
Bogotá se extiende por una enorme sabana rodeada de montañas. Se fundó 19 años antes que Cuenca. Tiene más de 7 millones de habitantes y en estos días se preparaba a recibir al presidente norteamericano George W. Bush, por lo que la presencia policial y militar era impresionante.
El bogotano es muy amable y colaborador con los visitantes. Por su dialecto, uno puede pensar, en principio, que está conversando con un amanerado. Pero no, esa es la jerga del residente en la capital colombiana.
Al salir a las calles una de las primeras impresiones para el ecuatoriano es la inmensa cantidad de taxis modelo Atos: pequeños, económicos, rápidos y nuevos. El tráfico es un dolor de cabeza -¿y en dónde no?- para sus autoridades, pese a contar con un nuevo sistema de transporte con carrilles preferentes.
Para llegar del norte, la zona donde se alojó la delegación cuencana, al centro de la ciudad, nos tomó más de una hora, que sumada al atraso de los malanochados, conspiraba con los planes de algunos que esperaban pasar por un mall antes del concierto.
El Museo de Oro es impresionante. Miles de piezas precolombinas toman sentido cuando el guía sabe comunicar. Y en este caso, por suerte, el nuestro fue muy bueno. Luego, la caminata por el centro histórico, el monumento a Bolívar, la catedral, el edificio de la Corte de Justicia (me vino a la mente el asalto sangriento, hace dos décadas del movimiento M-19), el Congreso, el Palacio presidencial de Nariño, donde nos advirtieron que no se podía caminar por la vereda, en demostración de respeto al presidente y como medida de seguridad. Por supuesto, nada de fotos. A esta altura del tour, muchos rockeros apáticos se habían esfumado del grupo.
El apremio por el tiempo escaso que restaba se acentuó con la inútil parada de media hora en una tienda de esmeraldas que terminó por impacientar a los que quedaban. Sobre la una de la tarde visitábamos la emblemática y acogedora Quinta Bolívar, donde pasó varias temporadas el libertador venezolano junto con la quiteña Manuela Saenz durante el siglo XIX.
Dos y quince de la tarde, sin almorzar y con algunos que no tenían entradas a Golden o Platinum que eran numeradas, obligaron al bus a ir directamente al Parque Simón Bolívar, con otra hora más de viaje, comer algo al paso y buscar una buena ubicación.
Money
El costo de las boletas, como las llaman los colombianos, fue prohibitivo para la gran mayoría de los pinkfloydianos. Muchos se quedaron con las ganas porque no pudieron reunir los 85.000 pesos (40 dólares) que costaba la lejana localidad de General. Ni se diga con la Preferencia que costaba 165.000 pesos (75 dólares); Platinum que llegó hasta a 370.000 pesos en las boleterías (175 dólares); y, 490.000 las Golden (275 dólares).
Si alguien tuvo tiempo para comprar algo en un mall, como el Unicentro, igual se dio de bruces con los elevados precios. Por ejemplo, un jean americano no vale menos de 80 dólares; y, los acreditados productos textiles colombianos tenían precios mayores a los que se encuentran en los almacenes ecuatorianos.
Para ir a un buen bar o restaurante había que llevar muchos pesos. Una hamburguesa y una cerveza en el Hard Rock de Bogotá cuesta 15 dólares y una gorra 20 dólares.
On The Run
Correr o caminar rápido fue la alternativa para llegar a las puertas del Parque Simón Bolívar. Los anillos de seguridad de la policía cerraron el paso de vehículos a varias cuadras, peatonizando las avenidas circundantes. Entre el sitio en el que nos dejó el taxi y el de nuestro asiento debió haber unas quince cuadras.
El clima estuvo de nuestro lado. Si bien se sintió el frío bogotano, tampoco llovió. A la hora del concierto pocas nubes cubrieron la ciudad.
La organización fue cosa seria y muy profesional. La policía se desplegó por el sector externo, mientras que cientos de jóvenes con chalecos amarillos guiaron, ayudaron y ubicaron a cada asistente, siempre con amabilidad.
Las camisetas conmemorativas literalmente se volatilizaron. En pocos minutos se acabaron todas para despecho de muchos que se quedaron con las ganas de comprarse ese recuerdo.
Ya adentro, los cuencanos se reencontraron para sacarse fotos y compartir anécdotas del viaje. (En la foto superior, Foco Calderón y los hermanos Correa López: Boanerges, Pablo y Pepe).
En el enorme escenario resaltaba la pantalla de 28 por 18 metros en la que se miraba un viejo radio sobre el que descansaba un avión de juguete, una botella de whisky llena hasta la mitad y un vaso con la bebida. (ver foto).
A las 18h15, por los altoparlantes se anunció la lamentable noticia de que el músico colombiano Chucho Merchán, quien había tocado con David Gilmour y The Who, no abriría el show; pero también confirmaba que Roger Waters estaba listo para salir al escenario a las siete y quince de la noche.
Canciones de Tom Petty y Bob Dylan se emitían desde los parlantes, mientras muchos se reunían en grupos, cuencanos incluídos, para peguntarse, entre otras cosas, si lo que veían en el escenario era una foto de alta definición o una valla de publicidad del whisky cuya botella se exhibía.
La incógnita se despejó con una enorme sorpresa. A las 19h16 una mano perezosa apareció en la pantalla, empezando a mover el dial del radio, mientras sonaba un pedazo de “Dancing Queen” de ABBA, para quedarse con “Hound Dog” de Elvis Presley. Se trataba de la pantalla de leds más grande que haya venido a un tour en Latinoamérica.
El efecto provocó una enorme admiración de todos. La energía contenida por toda una vida, se desató para recibir al gran “Rogelio Aguas”.
(Continuará)
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