domingo, marzo 25, 2007

Vandalia

El distinguido médico que se apuraba a salir a su trabajo, con las prisas diarias y los segundos contados, no podía creer lo que estaba pasando a las siete de la mañana del miércoles 21 de marzo, cuando frente a su casa, un bus estaba cruzado a lo ancho de la calle y no le permitía sacar su auto del garaje.

No había caso, toda la calle Juan Jaramillo, desde la Padre Aguirre hasta la Huayna Cápac, estaba bloqueada por los buses urbanos azules. Pese a los ruegos y explicaciones legítimas, los choferes no le tomaron en cuenta y ni siquiera le respondieron.

El centro histórico había sido estrangulado tras la decisión trasnochada la víspera por la Cámara de Transporte de Cuenca. Una medida de presión para exigir que les dejen pasar por esa calle, mientras los frentistas se oponen a ello. Es decir, un conflicto que puede ser resuelto por jueces o autoridades con la sencilla aplicación de las leyes y ordenanzas, pero, sobre todo, por el sometimiento de las partes a la legalidad. Ni los buseros son los dueños de las calles de Cuenca, ni los habitantes de la Juan Jaramillo, que también amenazan con cerrar la vía, son privilegiados como para que no pase una sola linea de buses.

Pero no, lo que aquí impera es la ley del más fuerte, del más bruto, del prepotente e intocable. Los hechos consumados sobre los consensos. La fuerza sobre la tolerancia. La inseguridad jurídica sobre la jerarquía de las normas. El grito destemplado sobre la civilidad. En fin, el tumulto delirante sobre la razón.

Han pasado cuatro días de semejante conducta primaria y ¿dónde están las autoridades municipales o de la gobernación del Azuay para sancionar semejante irracionalidad?

El oscuro círculo de la barbarie se cierra cuando ningún ciudadano se atreve a presentar ante la fiscalía, una denuncia; porque saben que irá a extinguirse, para siempre, en un arrinconado y apolillado archivo.

Los que creen que la Asamblea Constituyente solucionará todas estas agresiones están equivocados. Ese espejismo que nos venden nuestras autoridades dejará de ser una fantasía cuando cada uno de nosotros, en nuestro interior, empecemos cambiando de actitud; y, uno de esos cambios empieza por respetar las leyes. Así de simple.

Con razón, un querido amigo cuencano que hoy vive en Quito, me pregunta, al referirse a Cuenca, cada vez que hablamos por teléfono, “¿cómo va Vandalia?”.

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