martes, marzo 27, 2007

Desalmados

Cada mañana, antes de levantarse y ponerse sus lentes, a don Miguel Tenecela le envuelve una terrible angustia que le oprime el pecho y le quita el aire. Con un nudo en la garganta, apenas sale de su casa del barrio Jesús del Gran Poder, sabe que deberá enfrentar esa amenaza diaria que le viene encima.

Pero el pasado miércoles 21 de marzo, sus temores se volvieron una desgraciada realidad. Subió con el rostro tenso al bus 07-0409 de la empresa Tomebamba que cubría le ruta Miraflores-Parque de la Madre para dirigirse a su trabajo en el CIDAP.

Con su mano temblorosa, latidos acelerados y mirada intranquila entregó una moneda de veinticinco centavos al ayudante o chulío, como se le conoce. Entonces se desencadenó su desdicha. Don Miguel, le exigió el vuelto porque, a sus sesenta y siete años, sabe que la Ley del Anciano –artículo 15- le permite gozar de la exoneración del 50% de las tarifa de transporte.

“Vos no eres de la tercera edad”, le respondió el insolente acomodador. El anciano le dijo que le iba a mostrar la cédula –tal como lo ordena la ley-. Pero al momento de llevar su mano al bolsillo posterior del pantalón, un puñetazo del chulío le impactó de lleno en el rostro, lanzando sus lentes al piso del bus y provocando el reclamo de varios pasajeros contra el cobarde.

La estupidez humana no quedó ahí, cuando un policía que viajaba en el colectivo –representante de la institución a la que le confiamos nuestra seguridad- se rió ante el reclamo del ciudadano y le dijo “mejor siéntese, no le pasó nada”.

Humillado, adolorido y, sobre todo, avergonzado bajó del bus y llegó a la radio para denunciar aquello que ya no aguantaba más y que ese día degeneró en lo abominable.

Así como don Miguel Tenecela, todos los días, miles de niños y personas de la tercera edad son víctimas de los peores desprecios por los buseros y chulíos frente a la indiferencia criminal de las autoridades llamadas a hacerle cumplir la ley.

Todos los días, pequeñitos cargando sus pesados carriles, corren detrás del transporte que, cruelmente, no se detendrá, mientras el chofer “juega” a detenerse y se ríe con el chulío por semejante hombrada.

¿Lo solucionará esto la Asamblea Constituyente en la que muchos confian?

Imposible, porque la primera revolución que debemos emprender los ecuatorianos es la de nuestras conciencias y, por supuesto, la educativa y cultural, de la que la mayoría de buseros y chulíos carece.

Mientras tanto, don Miguel Tenecela deberá seguir lidiando con sus fantasmas del humillante transporte urbano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es de extrañarse de la ignorancia de los buseros y ayudantes, chulios o como se llamen... Es simple psicologia: no estan preparados para soportar ese supuesto poder que tienen al estar al frente de un vehiculo tan grande contra el que nadie puede chocar ni enfrentarse. Ojala que el chulio no envejezca, pues... O es que se le olvido que todos morimos?