domingo, marzo 18, 2007

Tránsfugas

Una cámara de Teleamazonas pilló a un puñado de diputados suplentes de la oposición a la salida de una reunión con funcionarios del gobierno en una hostería de Puembo, a las afueras de Quito. Llenos de vergüenza, cubrieron sus rostros con sus manos, manteles o carpetas, tal cual lo hacen los delincuentes capturados y que son presentados públicamente por la policía.

A los dos días, Lucio Gutiérrez, en el colmo de la desfachatez política, se quejó de la compra de conciencias de varios de sus legisladores que, desde entonces, no le contestan los celulares y acusó al manoseado “hombre del maletín” como único culpable de tan terrible acontecimiento.

Lo que Gutiérrez no entiende es que él también es tan responsable, como el gobierno, por la deserción de sus reservistas. Semejante tipo de corrupción, para perfeccionarse, requiere tanto del corruptor –cohechador- como del corrompido –cohechado-.

Cuando se reúnen las directivas de los partidos o movimientos para elaborar las listas de sus candidatos, los nombres de los suplentes son, por lo general, rellenados con los que proponen los titulares. Gente de confianza, familiares y hasta deslustrados personajes se ubican detrás del primero.

Así, ha habido casos como el de Luis Almeida –hoy en Sociedad Patriótica-, que fue relevo de su esposa; o, de varios Bucaram del PRE que también se han camuflado detrás de los principales.

La compra de conciencias es uno de los crímenes políticos más graves y más comunes que cuenta nuestra historia. Desde el recordado “clavijazo” como se llamó al acto por el cual, en la recién inaugurada democracia, a inicios de los años ochenta, el diputado cañarejo Ezequiel Clavijo se pasó públicamente a lado del gobierno, inaugurando la era de los cambios de camiseta; hasta el reciente “mantelazo” de los suplentes, los ecuatorianos hemos sido testigos asqueados de estas trapacerías.

¿Por qué seguimos cayendo en estos repugnantes lugares comunes? La respuesta pasa por el nivel de educación en valores de la mayoría de nuestros representantes que llegan a las alturas del poder con las consignas del “¿cuánto hay?”, del toma y dame, del chantaje, de la figuración personal y del abuso del poder en todas sus formas, porque después de esta oportunidad, es posible que no haya otra.

Los ecuatorianos seguiremos mandando a tanto inmoral, insulso, charlatán y farandulero al congreso mientras no se cambien las condiciones que la ley de elecciones exige para tener la calidad de auténticos representantes.

¿La Asamblea Constituyente podrá remediar semejante desvergüenza? Tal parece que no, porque para ser asambleísta, el único requisito es haber cumplido 20 años de edad. Nada de exigencias académicas dice el estatuto. Y es que no estamos eligiendo la directiva del barrio. Estamos escogiendo a los ciudadanos que van a redactar una nueva Constitución y con todos los poderes.

Con el escaso tiempo que habrá para conocer a los candidatos, no es difícil creer que los ecuatorianos terminemos cometiendo los mismos errores del pasado, es decir, eligiendo a una mayoría de los mismos estúpidos, ladrones y tránsfugas de siempre.

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